viernes, 21 de marzo de 2008

Descubren por primera vez moléculas orgánicas en un planeta extrasolar

El metano es un componente habitual de las atmósferas planetarias de nuestro sistema solar. Tanto la Tierra como Marte, Titán, y los gigantes Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno contienen este gas en diferentes proporciones, generalmente muy pequeñas. A pesar de su escasez, sin embargo, el metano (cuya molécula consta de cuatro átomos de hidrógeno y uno de carbono) proporciona pistas muy fiables sobre la formación de planetas, su evolución, clima, procesos químicos y, por lo menos en el caso de nuestro mundo, sobre la existencia de vida. Bajo las circunstancias adecuadas, el metano puede jugar un papel de crucial importancia en la química prebiótica, esto es, en la serie de reacciones químicas que se consideran necesarias para que surja la vida tal y como nosotros la conocemos.

Hasta ahora, los astrónomos han descubierto casi trescientos mundos fuera de nuestro sistema solar. A pesar de lo cual, en ninguno de ellos ha sido posible encontrar esta clase, ni ninguna otra, de moléculas orgánicas. Lo que sabemos sobre la mayor parte de los planetas que orbitan estrellas lejanas va, a menudo, muy poco más allá de sus masas y propiedades orbitales. Extraer informaciones más interesantes es algo que choca inexorablemente con las barreras que suponen sus distancias de la Tierra y, sobre todo, la debilidad de sus brillos, casi siempre eclipsados por la ardiente luminosidad de sus estrellas vecinas.

La «firma» del metano

Pero esas barreras son precisamente las que ha conseguido romper el equipo del Jet Propulsion Laboratory, de la NASA, capitaneado por el astrónomo Mark Swain. En un artículo que hoy publica la revista «Nature», Swain explica con todo detalle cómo ha conseguido identificar, utilizando el telescopio espacial Hubble, la inconfundible «firma» del metano en la atmósfera de HD-189733b, un planeta del tamaño de Júpiter que se encuentra en la constelación Vulpecula, a 63 años luz de la Tierra.

Este exoplaneta, que pertenece a la categoría denominada «Júpiter caliente» (su temperatura superficial ronda los 900 grados, ya que gira alrededor de su estrella a una distancia 300 veces menor de la que separa la Tierra del Sol), es ya un viejo conocido de los astrónomos, en especial del propio Swain, que en un trabajo anterior, publicado el año pasado, ya indicó que la atmósfera de HD-189733b parecía contener vapor de agua. «Con esta observación -afirma Swain- ya no existen dudas sobre si hay agua allí o no: El agua está presente».

El estudio de HD-189733b es posible gracias al hecho de que, en el transcurso de su órbita, el planeta se interpone periódicamente entre su estrella y la Tierra (fenómeno que los astrónomos denominan «tránsito»), de forma que puede observarse como una pequeña mancha redonda cruzando la ardiente superficie de su sol. En el caso de HD-189733b, su tránsito bloquea cerca del 2 por ciento de la luz de su estrella, y eso permite calcular muchas de las características físicas de ese mundo.

Pero la detección de las moléculas de metano requiere una técnica mucho más sutil. Cuando la luz de la estrella pasa «rozando» el planeta antes de seguir su camino a la Tierra, los gases que componen la atmósfera de HD-189733b dejan impresa en ella su «firma». Cada elemento de la tabla periódica tiene una «firma» única e inconfundible, que de esta manera es transportada hasta la Tierra por los rayos luminosos y captada por los instrumentos de los científicos.

Buscar en otros mundos

Por supuesto, y a pesar de que HD-189733b es demasiado caliente como para albergar vida tal y como la conocemos, esta observación es una prueba de que la espectroscopía (la técnica utilizada por los científicos), «puede ser aplicada a otros planetas más frios y potencialmente habitables», asegura Swain.

El objetivo, ahora, es aplicar el mismo método para buscar moléculas orgánicas en las atmósferas de mundos que, como la Tierra alrededor del Sol, orbitan en las «zonas habitables» (las que permiten que haya agua en estado líquido) de sus respectivas estrellas. «Es un paso importante -afirma Swain- para determinar cuáles son las condiciones que debe tener un planeta para que la vida pueda existir».

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