domingo, 30 de marzo de 2008

Puesta de Sol en Marte



El 19 de mayo de 2005, la sonda Spirit, que desde hace cuatro años recorre a sus anchas la superficie marciana, envió esta fotografía de una puesta de sol en el planeta rojo. Sobran las palabras, y no es de extrañar que esta imagen haya ganado el concurso de las mejores fotos de Marte de la NASA. Qué habríais votado vosotros?

Luz curvada del confín del Universo




Simulación numérica del IAP

Mil millones de años tiene el "trozo" de Universo de la imagen. Una porción que contiene cerca de 200.000 galaxias y que ha sido observada a conciencia por el Canada-France-Hawaii Telescope (CFHT). En azul, varias galaxias, hechas de materia "normal", la misma que hace posible la existencia del Sol, la Tierra y las estrellas que podemos ver en el cielo.

Pero lo interesante de esta simulación de ordenador son las zonas rojas, que representan la "materia oscura" que los científicos no pueden ver y cuya existencia se adivina solo gracias a sus enormes efectos gravitatorios. Unos efectos que aquí son visibles en las trayectorias, curvadas, de la luz que emiten las galaxias (líneas amarillas).

Los rayos luminosos, en su largo viaje espacial, sufren el efecto de la materia oscura circundante y se curvan debido a su "tirón" gravitatorio. Un dato muy importante y a tener en cuenta por los astrónomos, si quieren de verdad saber dónde están los objetos que pueden ver en el Universo.

El hombre más antiguo de Europa

Publicado en ABC por S. Basco el 27-3-2008


Durante la muy fructífera campaña de excavación de 2007, el equipo investigador de Atapuerca, codirigido por Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell, realizó en junio un descubrimiento trascendental. Se trataba de un diente, el segundo premolar inferior de un homínido que fue datado, en una primera estimación, en 1,2 millones de años. Fue presentado en público el 29 de junio como el resto humano fósil más antiguo de Europa con gran diferencia.

Un día más tarde, 30 de junio, las espátulas y pinceles de los investigadores sacaban a la luz una mandíbula humana, asociada en jornadas posteriores a diversas herramientas de sílex de tradición Olduwaiense. Tras seis meses de complejos y exhaustivos trabajos de identificación y datación, los investigadores han llegado a la certeza de que aquel diente pertenecía a esta mandíbula, y que efectivamente su antigüedad es de 1.200.000 años. Se confirma, pues, que se trata de los restos humanos más antiguos encontrados jamás en Europa.

En la Sima del Elefante

El hallazgo se produjo en el nivel TE9 del yacimiento de la cueva denominada Sima del Elefante, que forma parte de la Trinchera del Ferrocarril, apenas a dos centenares de metros del yacimiento de la Gran Dolina, donde en 1994 se encontraron los primeros fósiles de Homo antecessor. La Sima del Elefante, además, está situada a apenas mil metros del yacimiento de la Sima de los Huesos, en el que durante los últimos años se han localizado más de 6.000 restos fósiles de la especie Homo heidelbergensis.

La descripción e interpretación del fósil humano -etiquetado con las siglas ATE9-1- así como de la industria lítica hallada junto a él, amén de los datos geológicos, geocronológicos y biocronológicos que demuestran la antigüedad de este hallazgo, son publicados hoy con honores de portada por la revista «Nature». Es la segunda para los investigadores de la sierra de Atapuerca, tras la que merecieron en 1993 por el hallazgo del famoso «cráneo 5» de la Sima de los Huesos.

El equipo investigador ha estado formado en esta ocasión, en su mayor parte, por científicos del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), de Burgos, y del Institut Catalá de Paleoecologia Humana i Evolució Social (IPHES), de Tarragona.




Una datación laboriosa

El proceso de datación ha sido muy laborioso. El estudio paleomagnético sobre el terreno reveló que los niveles inferiores de la Sima del Elefante presentan magnetización inversa, observándose un cambio a polaridad normal en el nivel TE17. Esto significa que los niveles desde TE7 hasta TE16 se formaron en época Matuyama, en el Pleistoceno Inferior, hace entre 780.000 y 1.780.000 años.

Los fósiles de los mamíferos asociados a la mandíbula humana y a los utensilios de sílex, en particular un mustélido (Pannonictis nestii) y un múrido (género Castillomys), así como otras especies de roedores, acotaron un poco más la escala temporal, ya que indican una antigüedad para el nivel TE9 de hasta 1.400.000 años.

Dicho estrato o nivel TE9 fue datado de nuevo mediante otro método -análisis de núclidos producidos por exposición a los rayos cósmicos-, que midió el balance isotópico del aluminio y el berilio presentes en granos de cuarzo obtenidos en este nivel. Este «cronómetro geológico», de una gran exactitud, determinó definitivamente una datación de 1,2 millones de años -con un margen de error de ±160.000 años- de antigüedad para el nivel TE9. La datación refrendaba sin lugar a dudas los datos obtenidos por el paleomagnetismo y los aportados por la biocronología.

Herramientas de sílex

Las herramientas de sílex, hasta un total de 32 piezas, fueron probablemente elaboradas en el interior de la misma cueva a partir de piedras de sílex de los periodos Neógeno y Cretácico, que se localizan en abundancia en un radio menor a dos kilómetros en torno al yacimiento.

El estudio publicado en «Nature» detalla que la técnica de producción de estas herramientas es muy sencilla y que su objetivo era obtener mediante percusión lascas simples de entre 30 y 75 milímetros de longitud. Con ellas, estos hombres del Paleolítico Inferior desgarraban la carne de los grandes herbívoros, como muestran las marcas que los útiles dejaron sobre algunos huesos.

En cuanto a la mandíbula hallada, la pieza fósil consiste en la sínfisis, o parte de unión frontal, de una mandíbula que conserva en su lugar algunos dientes. «La morfología de su cara anterior es primitiva y recuerda a la de fósiles africanos del Pleistoceno Inferior, como el Homo habilis y el Homo rudolfensis. En particular -precisa a ABC Bermúdez de Castro-, presenta muchas similitudes con las mandíbulas encontradas en el yacimiento de Dmanisi (República de Georgia), que datan de hace 1.700.000 años. Por el contrario, la cara posterior de la sínfisis tiene un aspecto que recuerda más al de ciertas mandíbulas halladas en yacimientos asiáticos».

Especie genuinamente europea

De forma provisional, los investigadores han asignado la mandíbula ATE9-1 a la especie Homo antecessor, y esperan que «posteriores estudios certifiquen esta adscripción, lo que reforzará nuestra idea de que se trata efectivamente de una especie genuinamente europea», dice Bermúdez de Castro.

El codirector de Atapuerca, en este sentido, estima que «la posibilidad de que el Homo antecessor sea el ancestro común de neandertales y sapiens está por comprobar, aunque en mi opinión es muy remota y hay datos que así lo avalan». Bermúdez de Castro se inclina por pensar que se produjeron, al menos, tres grandes migraciones sucesivas desde la cuna del hombre, en África. La primera quedaría reflejada en los restos de homínidos hallados en Dmanisi (Georgia), de más de 1,7 millones de años de antigüedad. A la segunda gran oleada, hace entre 1,2 y 1,4 millones de años, pertenecería el Homo antecessor hallado en Atapuerca. Finalmente, el Homo sapiens habría salido del continente africano en una postrera migración, hará unos 90.000 años.

Eudald Carbonell, también codirector de Atapuerca, estima por su parte que «de momento, no sabemos si este probable Homo antecessor evolucionó más adelante en Europa hacia los neandertales o si desapareció, pero estamos convencidos de que en 30 ó 40 años el árbol evolutivo europeo estará completo».

Y como unas gotas de especulación son siempre inevitables en Antropología -así lo reconoce Bermúdez de Castro-, el artículo de «Nature», junto a los numerosos datos aportados sobre la presencia inequívoca de homínidos en el sur de Europa en una fase muy temprana del Pleistoceno Inferior, sugiere también que esta primera población europea atravesó el Oriente Próximo, cruce de caminos entre África y Eurasia, para originar después por «especiación» en el extremo más occidental de Europa el linaje humano del Homo antecessor, representado por los fósiles del nivel TD6 de Gran Dolina, de casi 900.000 años de antigüedad -conforme acreditarán los investigadores con la próxima publicación de un nuevo estudio-, y por este nuevo fósil del nivel TE9 de la Sima del Elefante, datado en 1.200.000 años. La sierra de Atapuerca sigue dando frutos.

viernes, 21 de marzo de 2008

Descubren por primera vez moléculas orgánicas en un planeta extrasolar

El metano es un componente habitual de las atmósferas planetarias de nuestro sistema solar. Tanto la Tierra como Marte, Titán, y los gigantes Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno contienen este gas en diferentes proporciones, generalmente muy pequeñas. A pesar de su escasez, sin embargo, el metano (cuya molécula consta de cuatro átomos de hidrógeno y uno de carbono) proporciona pistas muy fiables sobre la formación de planetas, su evolución, clima, procesos químicos y, por lo menos en el caso de nuestro mundo, sobre la existencia de vida. Bajo las circunstancias adecuadas, el metano puede jugar un papel de crucial importancia en la química prebiótica, esto es, en la serie de reacciones químicas que se consideran necesarias para que surja la vida tal y como nosotros la conocemos.

Hasta ahora, los astrónomos han descubierto casi trescientos mundos fuera de nuestro sistema solar. A pesar de lo cual, en ninguno de ellos ha sido posible encontrar esta clase, ni ninguna otra, de moléculas orgánicas. Lo que sabemos sobre la mayor parte de los planetas que orbitan estrellas lejanas va, a menudo, muy poco más allá de sus masas y propiedades orbitales. Extraer informaciones más interesantes es algo que choca inexorablemente con las barreras que suponen sus distancias de la Tierra y, sobre todo, la debilidad de sus brillos, casi siempre eclipsados por la ardiente luminosidad de sus estrellas vecinas.

La «firma» del metano

Pero esas barreras son precisamente las que ha conseguido romper el equipo del Jet Propulsion Laboratory, de la NASA, capitaneado por el astrónomo Mark Swain. En un artículo que hoy publica la revista «Nature», Swain explica con todo detalle cómo ha conseguido identificar, utilizando el telescopio espacial Hubble, la inconfundible «firma» del metano en la atmósfera de HD-189733b, un planeta del tamaño de Júpiter que se encuentra en la constelación Vulpecula, a 63 años luz de la Tierra.

Este exoplaneta, que pertenece a la categoría denominada «Júpiter caliente» (su temperatura superficial ronda los 900 grados, ya que gira alrededor de su estrella a una distancia 300 veces menor de la que separa la Tierra del Sol), es ya un viejo conocido de los astrónomos, en especial del propio Swain, que en un trabajo anterior, publicado el año pasado, ya indicó que la atmósfera de HD-189733b parecía contener vapor de agua. «Con esta observación -afirma Swain- ya no existen dudas sobre si hay agua allí o no: El agua está presente».

El estudio de HD-189733b es posible gracias al hecho de que, en el transcurso de su órbita, el planeta se interpone periódicamente entre su estrella y la Tierra (fenómeno que los astrónomos denominan «tránsito»), de forma que puede observarse como una pequeña mancha redonda cruzando la ardiente superficie de su sol. En el caso de HD-189733b, su tránsito bloquea cerca del 2 por ciento de la luz de su estrella, y eso permite calcular muchas de las características físicas de ese mundo.

Pero la detección de las moléculas de metano requiere una técnica mucho más sutil. Cuando la luz de la estrella pasa «rozando» el planeta antes de seguir su camino a la Tierra, los gases que componen la atmósfera de HD-189733b dejan impresa en ella su «firma». Cada elemento de la tabla periódica tiene una «firma» única e inconfundible, que de esta manera es transportada hasta la Tierra por los rayos luminosos y captada por los instrumentos de los científicos.

Buscar en otros mundos

Por supuesto, y a pesar de que HD-189733b es demasiado caliente como para albergar vida tal y como la conocemos, esta observación es una prueba de que la espectroscopía (la técnica utilizada por los científicos), «puede ser aplicada a otros planetas más frios y potencialmente habitables», asegura Swain.

El objetivo, ahora, es aplicar el mismo método para buscar moléculas orgánicas en las atmósferas de mundos que, como la Tierra alrededor del Sol, orbitan en las «zonas habitables» (las que permiten que haya agua en estado líquido) de sus respectivas estrellas. «Es un paso importante -afirma Swain- para determinar cuáles son las condiciones que debe tener un planeta para que la vida pueda existir».

sábado, 15 de marzo de 2008

Principios



U
n hombre sube a una colina y mira al cielo. Alza sus ojos desnudos y se maravilla ante el espectáculo que se representa ante él. Miles de estrellas titilan sobre su cabeza. Forman grupos o bailan solas una danza que no alcanza a comprender. Bandas lechosas cruzan el firmamento y le hacen sentir infinitamente pequeño. Sobre la negrura de la noche, ese mar de luz en píldoras y ríos produce en su mente un extraño efecto: temor, sorpresa, orgullo, curiosidad... una mezcla inefable de sensaciones zarandea su interior, le hace preguntarse el motivo de tanta grandeza y, de paso, el papel que su propia existencia juega en ese tablero descomunal.

Esta escena no tiene tiempo ni lugar. Cualquiera de nosotros podría ser (y seguramente ha sido) ese observador maravillado a quien el infinito hace preguntarse el por qué de las cosas. El cielo estrellado ha cautivado al ser humano desde los albores mismos de nuestra existencia como especie. Hemos interrogado ese cielo de mil formas diferentes. Le hemos convertido en el «hogar» natural de la mayor parte de nuestros dioses; en forma de constelaciones, hemos dibujado figuras en él; hemos intentado, desde lo sacro a lo científico, saber todo lo posible sobre unos lugares remotos a los que físicamente no podemos llegar.

Hoy, sobre muchas colinas y montañas de la Tierra se alzan grandes cúpulas, auténticos templos dedicados a «hablar» con las estrellas, a arrancarles las muchas respuestas que guardan en sus corazones ardientes. Son los grandes telescopios, los observatorios astronómicos, ingenios científicos capaces de multiplicar los sentidos del hombre por un millón, de hacerle llegar hasta donde siempre había soñado. Sólo un puñado de elegidos, sin embargo, tiene el privilegio de oficiar en esos lugares cuasi sagrados, de usar esas descomunales herramientas para realizar una tarea no menos descomunal. Como sacerdotes de la noche, mientras el mundo duerme, los astrónomos abren sus enormes cúpulas y miran al cielo.